Por Gastón Montaño.
¿Cambiar de amo o dejar de ser perro?
“Lo importante no es cambiar de amo, sino dejar de ser perro” Manuel de Jesús Clouthier Del Rincón, 1934-1989.
“El cambio que vengo a proponerles, no es de cambiar de amo, sino dejar de ser perro”, arengaba en su campaña electoral el gran Maquío, allá por 1988 cuando México vivió el gran cisma democrático en su historia política moderna, iniciando así el camino a la pérdida del poder del partido hegemónico, después de más de 42 años de gobiernos ininterrumpidos, culminando esta lucha en el año 2000 a 54 años de la fundación del PRI.
El Maquío utilizó esta y muchas frases más con el ánimo y la intención de revolucionar la conciencia de un pueblo que había vivido sus últimos años bajo el cobijo del paternalismo y el pensamiento crítico adormecido, en gran medida por las políticas implementadas por sus gobiernos, las cuales habían logrado hasta entonces el tener un pueblo en su mayoría agachón, a la espera de la dadiva y resignado a que el gobierno siempre impusiera su voluntad en todos los ámbitos, desde la educación de sus hijos hasta la elección de sus gobernantes.
Estamos ya a 30 años del inicio de aquellas luchas, México vive hoy de nuevo ese momento histórico que se repite en cada elección presidencial, hoy con la posibilidad de que un partido de reciente creación y con un candidato en su tercer intento, logre su intención de convertirse en presidente de la república y deba gobernar para todos los Mexicanos, aun con las serias dudas y miedos que a gran parte de la sociedad le genera las formas y estilo de comunicar sus postulados.
Hoy más que nunca la libertad de expresión y el respeto a las ideas deben prevalecer, libertad de expresión que no tiene dueños ni oficio en particular, siendo un derecho humano inalienable otorgado a todos por igual al nacer y que más allá de eso, debe ser un compromiso individual en la búsqueda personal de enriquecer el pensamiento universal.
Aquellos que pretenden callar y censurar solo envilecen su propio ser, con la idea servil de mover la cola al escuchar el silbido y obedecer ciegamente, sin la capacidad de pensamiento individual demostrando el hambre de la llamada lealtad institucional, quitando vidas y comprando conciencias en este México que sueña con despertar de la pesadilla del dinosaurio.
